jueves, 4 de octubre de 2012

Prólogo por Santiago Gonzalez Cragnolino

Para el lector perezoso, muchas veces profesionales ellos, el género literario es una vía rápida que le facilitaría el escriba para cerrar la lectura. Se trata de atenerse a las reglas del juego genérico, como mucho estar atento a los desvíos más superficiales de ese programa reglamentario que indica como debe leerse y que esperar de una obra. Eso ya permite hacerse un panorama claro de lo que se leyó, cerrar el libro y depositarlo en la biblioteca-cárcel. ¿Que pasa cuando quién escribe incurre en la hibridación? El perezoso incurre en la figura del "subgénero" (a veces tiene la ilusoria satisfacción de creerse descubridor de la nueva especie). En este análisis de tipo taxonómico, el perezoso se contenta con mencionar estas convenciones provenientes de distintos géneros, distintas tradiciones y nuevamente la satisfacción de la lectura conclusa. Algunos textos rompen con cualquier pretensión de administrar el mundo literario en compartimentos. Tal es el caso del trabajo de Franco Volta en su blog "Santa Tripa". Si bien toman la estructura de la crónica periodística, incluso escritas a rajatabla de forma cronológica, no podrían estar más alejadas de lo informativo. El humor aparece en ese espacio en el que no esta permitido, el de la escritura que todavía insiste en proclamar que se rige por sus reglas fundacionales: objetividad, claridad, imparcialidad. Una institución decimonónica, en plena crisis, pero que se maquilla cada vez mejor para mantenerse vigente y prestarse alegre al espectáculo y a los intereses corporativos. En Santa Tripa la descripción está permanentemente permeada por la poética personal de su autor. La regla es la metáfora hiperbólica, la prosa manierista. También surge el humor de esa manera en extremo expresionista de narrar las historias mínimas, siempre ligadas al comer cotidiano. Lo ordinario, lo habitual se convierte en épica. Por todos estos usos del lenguaje se puede adjudicar a Volta una fuerte autoconciencia. Se refuerza la idea cuando vemos la elección de ciertos términos: Volta utiliza la sinonimia siempre inclinándose por el término más excéntrico al habla cotidiana. Así, el común “sorbete” se convierte en “popote”. Esa autoconciencia está ligada a la búsqueda de producir choques entre géneros, maneras de escribir y la materia misma de la literatura en su más simple expresión, la palabra. Y como resultado concomitante la comicidad. Ese algo que está fuera de lugar, en conflicto con las estructuras, es la materia prima de la comedia. Franco Volta pone fuera de lugar sus palabras con respecto a las reglas de género, la solemnidad, la relación con el tema a tratar. Nada de esto es necesario en el juego lúdico de la literatura. Son pretensiones que otros imponen casi como categorías estéticas descuidando siempre lo que verdaderamente está en juego. La palabra, por más atada a contingencias que esté, es en última instancia (por más que le cueste a la academia y sus guardianes) libre y autónoma: una construcción destinada a ser resignificada, ampliada, reducida, modificada, destruida u olvidada. Volvemos a la autoconciencia: si Volta utiliza estos mecanismos para suscitar la ironía, su literatura está lejos del gesto cínico de sobrevolar el texto. Ahí donde hay un juego casi metatextual en el escribir, cercano al terreno de la parodia, reside también su gran honestidad. No se trata de reírse de las formas establecidas de escribir, en ese proceso de paroxismo escrito en el que incurre el talentoso autor. Se trata de relatar, de explorar el lenguaje, jugar con los materiales al tiempo que se cuenta la anécdota. Santa Tripa es el arenero de Volta. Sí el frances Roland Barthes tenía razón cuando decía que escribir consiste en establecer una relación difícil con nuestro propio lenguaje, podemos pensar en Santa Tripa. Su éxito consiste en disfrazar esa relación conflictiva en una ligera broma escrita.

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